miércoles, 11 de agosto de 2010

El dentista

Desde hace un año que tengo frenos, brackets para los que se creen fresas.

Al principio era muy doloroso, lo normal, todo el día con el dolor en los dientes, un desesperante dolor porque no es de esos que se te quita con medicamentos, se disminuye, sí, pero no se te quita, está ahí las 24 horas por lo menos los primeros tres días y luego, te empiezas a acostumbrar. El problema ya no es el dolor, verán, lo que pasa es que le emepecé a agarrarle  gustillo a sentir la presión en los dientes, ésa que hace que se te acomoden. Me gusta, masoquista, así soy yo.

Lo que casi no me ha gustado desde que me los pusieron, es la consulta mensual de cambio de ligas y de vez en cuando algún que otro fierro, no por la consulta en sí, más bien por la cara que pone el dentista cada que abro mi linda boca. No me gusta, la odio, me incomoda. Detesto la cara de asco que pone, o bueno, al menos me gusta creer que no es asco, que es su mirada pensativa para decidir que movimiento será el siguiente.

Lo que sea por una sonrisa bonita.

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